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Hugo Mitoire

Concurso LA HISTORIA LA GANAN LOS QUE ESCRIBEN

Queridos amigos lectores, más abajo transcribo mi cuento Nuevos Aires (de justicia), el que fuera seleccionado en el Concurso Nacional de Cuentos Cortos LA HISTORIA LA GANAN LOS QUE ESCRIBEN - 2011, en el que había que describir algún hecho ocurrido entre 2001 y 2011, en conmemoración de los diez años luego de los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001. Si bien la lista de los ganadores fue dada a conocer en febrero del año pasado, el libro ha sido publicado recién hace un mes, y ha comenzado a distribuirse -gratuitamente- en escuelas, bibliotecas y demás institutiones públicas y educativas. No está a la venta. Atento a ello, pongo a vuestra disposición el texto de dicho cuento, para el que guste leer.

Nuevos Aires

(de justicia)

La ola de inseguridad avanza ominosa y uniforme, tanto en la Gran Ciudad como en el resto del país, así al menos lo reflejan y publican a destajo los Grandes Diarios y Grandes Medios. No hay día que pase sin alguna portada escalofriante: “Matan a un estudiante por su celular”; “Taxista pierde un dedo” “Dos abuelos engañados y asaltados”; “El perro de Susana sufre un secuestro extorsivo”; “Mujer se suicida angustiada por la inseguridad”. Las notas —a cada renglón— hacen hincapié en la corta edad de los malvivientes, edades que oscilan entre los doce y quince años. La opinión —y presión— de los Grandes Medios sobre los ilustres ciudadanos de la Gran Ciudad consigue convencerlos, y de igual manera a los legisladores que los representan: hay que bajar la edad de imputabilidad. “Pero no dos o tres años ¡sino unos cuantos años a ver si se dejan de jorobar de una vez por todas estos rateritos!”, se arenga en las reuniones de vecinos o en multitudinarias marchas de silencio. Quieren también más policías en las calles, más armas y balas para ellos. Exigen instalación de sistemas de circuitos cerrados en todo ámbito infantil y juvenil para monitorear en forma permanente el accionar de los niños y detectar a los pequeños bribones o a los potenciales criminales que se esconden en esas caritas inocentes. Los especialistas, los no especialistas, la masa mayoritaria del país y el sentido común no adhieren a semejante propuesta; es más, toman este proyecto como un verdadero disparate. Aun así, el Alcalde de la Gran Ciudad, Mauricio Mercury, envalentonado por el masivo apoyo de sus finos y coquetos ciudadanos, sigue adelante con su proyecto. Su profunda y vasta formación intelectual, sus férreas convicciones ideológicas y filosóficas y toda su erudición se ven reflejadas —sintética y crudamente— en el slogan de su gestión: “¡El globo amarillo es lo más!”.

Así las cosas, saca a relucir y hacer valer la Autonomía Distrital, y luego de aprobada y promulgada, ejecuta estas Nuevas Leyes.

El caso más paradigmático de esas leyes y del nuevo accionar de las fuerzas del orden no tarda en aparecer.

En el Jardín de Infantes “La Polilla”, el pequeño Fidel jugaba con tres compañeritos en el tobogán, otros hacían castillos en la arena, algunos correteaban de aquí para allá y dos nenas se balanceaban en el subibaja. Sus pequeños delantales cuadrillé, celestes y rosas, ponían el toque colorido al inmenso patio.

De pronto, unas vibraciones, un sordo temblor que parece venir del cielo; en la entrada se escuchan gritos, gente que corre, se gritan órdenes y hay un rechinar de metales. Las maestras miran asustadas para todos lados, los pequeñuelos detienen sus juegos, se miran y no entienden.

Un pelotón de unos quince hombres de las Brigadas Especiales de Delitos Complejos ingresa a la gran carrera y apuntando con sus poderosas armas. Los pasamontañas no permiten ver sus rostros. Algunos niños empiezan a llorar, otros corren hacia sus maestras, estas se abrazan entre sí. Una Brigada de Rescate ya ha tomado posición en los muros perimetrales y en la arboleda dentro y fuera del Jardín. Un helicóptero artillado sobrevuela la zona realizando infinitos círculos.

—¡¡¡Fidel Portillo!! ¡¡¿Quién es Fidel Portillo?!! —grita el capitán a cargo del pelotón.

Los soldados han terminado de rodear el arenero, y todos los niños ya están encañonados. Gritan, lloran y patalean del susto, pero el capitán no se conmueve.

—¡¡¡Ríndete Fidel, estás rodeado!!!

Un sargento y un cabo comienzan a controlar los delantalcitos y los nombres bordados en las pecheras de cada uno.

—¡Aquí está, mi capitán! —grita el cabo, tomándolo del pescuezo al pequeño Fidel, mientras que con la otra mano le retuerce el bracito derecho sobre la espalda. El niño llora y llama a su madre.

De inmediato cuatro Agentes Especiales rodean y apuntan con sus Itacas al lloroso Fidel. Este mira a su maestra y hace pucheros; mira su delantal, como buscando la causa de semejante despelote, mira a sus compañeritos que lloran  a coro, y resignado levanta y pone sus manitas a la nuca. Los mocos ya se hacen ostensibles.

—¡El resto de los niños permanezca con las manos en alto y contra la pared! —ruge el capitán, y todos sus hombres encañonan a los pequeños sospechosos, mientras él comienza a leer los derechos al detenido.

—¡Fidel Portillo! ¡Tiene derecho a permanecer callado, todo lo que diga, pucheree o lloriquee podrá ser usado en su contra! ¡Tiene derecho a un chupetín!

—¿De qué se lo acusa? —pregunta entre llantos una maestra.

—Robo calificado, agravado por el uso de un martillito sonoro de plástico. Además de tentativa de extorsión, portación de armas y amenazas.

—Pero, ¿qué hizo...? ¿A quién robó? —vuelve a interrogar lloriqueando la maestra al impertérrito capitán.

—Según la denuncia realizada por la madre de la víctima, el hecho habría acontecido en el día de ayer, en la Salita de 4 “La Pata Renata”, donde asisten ambos. Fidel le robó a su compañerito Marcos González, el muñeco Max Steel, le propinó unos martillazos con su martillito sonoro, luego intentó extorsionarlo ofreciéndole el muñeco robado contraentrega de un Increíble Hulk que Marcos tenía en su mochilita. Además, Marcos asegura que Fidel siempre trae en el bolsillito del delantal una pistolita de madera que se la fabricó su padre y que varias veces lo ha encañonado profiriendo amenazas de muerte. Con esto también hay elementos suficientes para procesar al padre por fabricación ilegal de armas. El fiscal no descarta que esto pueda tratarse de una asociación ilícita entre Fidel, su padre y algunos otros familiares.

—Pero… por favor… —comienza a implorar una de las maestras.

—¡Silencio! La denuncia ha sido confirmada con las escenas filmadas en dicha salita y que ya obran en poder de la justicia. Desde este momento el niño Fidel queda incomunicado y será llevado ante el juez. El fiscal pidió también el secuestro del triciclo.

—¡Mi capitán! ¡Aquí está la mochilita del sospechoso! —grita un cabo primero de finos bigotes.

—¡Que la Brigada de Explosivos la revise! —grita el capitán.

Y dos miembros de la Brigada de Explosivos llevan la mochilita hasta el arenero, la cubren con una coraza de acero siliconado de alta resistencia y meticulosamente comienzan a abrirla. Allí descubren una chocolatada, un alfajorcito de maizena (casero), un paquete de galletitas Manón y la siniestra pistolita de madera. Uno de los agentes exhibe lo hallado, y mirando al capitán le hace una seña como pidiendo autorización para deglutirse los comestibles.

—¡Procedan! —grita el Capitán, y uno se engulle el alfajorcito y el otro se manda las cinco galletitas en dos bocados. La chocolatada queda intacta. La pistolita se coloca en una bolsita hermética, a fin de preservar las huellas digitales. El niño Fidel mira con angustia y dos lagrimones le corren por su carita, se agita entre grandes suspiros y ya parece a punto de cortársele la respiración, pero no se anima a protestar.

—¡Esposen al detenido! —ordena el capitán.

Y un cabo intenta colocarle las esposas, pero son demasiado grandes para las pequeñas manitos del Fidel. Un teniente lanza una idea brillante,

—¡Podemos utilizar los cordones de sus zapatillitas!

—¡Afirmativo! ¡Procedan!

Y ahí nomás le sacan el cordón de la zapatillita izquierda y lo maniatan a la espalda.

—¿Puedo llevar mi chocolatada? —pregunta el niño, puchereando.

— ¡Cabo! ¡Revise la chocolatada y proceda a entregar al detenido! —responde el capitán.

Ante el llanto y el griterío de sus compañeritos, Fidel es escoltado hasta el vehículo de asalto. Uno de los agentes, demostrando gran sensibilidad humana, cubre el rostro a Fidel con el delantalcito cuadrillé.

Los pulcros y coquetos vecinos se han amontonado en la calle, hay vivas para los guardianes del orden, abucheos e improperios para el pequeño delincuente. Lo suben al celular, y raudamente parten hacia el juzgado. Tres autos, cinco motos, dos carros de asalto y tres camionetas policiales escoltan la caravana. El helicóptero acompaña el recorrido.

En la oficina de Prensa de la Alcaidía de la Gran Ciudad, el Alcalde Mercury está exultante y con una sonrisa de oreja a oreja. Ora se alisa el pelo, ora se rasca la barbilla, ora se acaricia sobre el labio superior, denotando cierta nostalgia por el bigote perdido. Lo acompañan autoridades de su gabinete, desatacados miembros de fuerzas políticas afines, así como la flor y nata de la más rancia aristocracia agro-vacuna. Hay globos de colores y un verdadero clima festivo y de algarabía. En pocos minutos más se iniciará la conferencia de prensa, se darán detalles del caso, antecedentes del detenido y se contestarán preguntas.

Los Grandes Medios ya están instalados con sendas filmadoras, grabadores, apuntadores y todo tipo de artefactos para registrar ese momento brillante de la gestión.

La Gran Ciudad ha comenzado a dar el ejemplo a todo el país, un gran paso sin dudas. En el fondo del salón, un lujoso e inmenso cartel reza —en un gran título—: “Nuevas Leyes contra la Criminalidad Precoz para NUEVOS AIRES”, y en letras cursivas, el subtitulado: “Orientar, corregir y enderezar a nuestros niños es tarea de todos”.

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