Una lección de dignidad
Una de las cosas que aprendí de chiquito, fue entender que era el asunto de la dignidad. Es una cosa sencilla, es hacer que respeten tus derechos y valores, y no dejar que venga uno y quiera hacer lo que se le da la gana con vos.
La mejor lección de eso me la dio mi papá, sin que la lección hubiera estado preparada o estudiada ni nada, solo que ocurrió un hecho y ahí entendí yo solito, de que se trataba.Yo tendría nueve o diez años y vivíamos en La Leonesa, y por ese entonces mi papá compraba pomelos que después llevábamos a Saladas en la provincia de Corrientes, allí los vendía a las fabricas de jugos como la Pindapoy y otras. Para mi era maravilloso ver como se llenaba todo el patio de mi casa de montañas de pomelos y lo más lindo era cuando había que cargar el camión y clasificar los pomelos podridos de los sanos, porque ahí aprovechábamos cuando mi papá no nos veía y nos agarrábamos con mis hermanas a los pomelazos limpios con los que estaban podridos.
Pero lo más lindo venía después, cuando mi papá contrataba un camión, lo cargábamos y partíamos hacia Corrientes, a mi me encantaba ir escuchando la conversación entre el camionero y mi papá, hablaban de futbol, del gobierno, de los paisajes y de muchas cosas más, yo también opinaba de vez en cuando; y el momento más emocionante del viaje era cuando llegábamos al Puerto Antequeras, que está sobre el Río Paraná frente a la ciudad de Corrientes, en ese entonces no había puente, así que para pasar al otro lado, todos los vehículos debían hacerlo en balsas o barcazas, y la gente que andaba a pie, en el vaporcito ¡que vida aquella, que emocionante estar esperando para subir a un barco!. Algunas veces también, mi papá mandaba al camionero solo hasta Saladas y nosotros nos íbamos en colectivo, luego cruzábamos en vaporcito, y en Corrientes otra vez en colectivo hasta Saladas. Una vez me acuerdo que paseamos unas horas por esa ciudad, que era grandísima y hermosa, y mi papá me compró un blaizer azul y un cinto supermoderno con una hebilla con la palabra Lee, ¡apenas me compró ya me puse las dos cosas, a pesar de que no hacía un pito de frío!.
Bueno la cosa era que después que llegábamos a Saladas, mi papá recorría una por una las fábricas, a ver a quien le vendía la carga, a veces nos quedábamos dos o tres días, hasta que se vendía y cobraba y todo el papeleo, ¡y eso era lo más lindo porque nos quedábamos en un hotel!, ahí te servían el desayuno con manteca y mermelada, la comida era riquísima y te hacían la cama y uno podía sentarse en las galerías o el patio lleno de plantas y pajaritos, ¡que vida emocionante!. Así transcurría toda la aventura de los pomelos y terminaba cuando volvíamos a mi casa, con algunos regalos para todos los que se quedaron.
Pero una vez la cosa no fue así, una vez todo salió para el lado de los tomates. Salimos con el camión lleno de pomelos y ya en Saladas mi papá salió a hacer su recorrida por la fabricas, al mediodía vuelve con cara de un poco afligido y me cuenta a mi y al camionero que ninguna fábrica quería pagar más de veinte centavos el kilos, cuando el precio en realidad estaba en casi sesenta centavos ¡que desgraciados los dueños de las fábricas!, lo peor era que se habían puesto de acuerdo para embromarles a todos los que llevaban a vender sus pomelos. Los tipos eran muy vivos, porque sabían que una vez que llegaste hasta Saladas con los pomelos, no te ibas a volver a tu casa con toda la carga porque no serviría de nada, entonces tendrías que venderlos a cualquier precio.
-¿Y a quien le va a vender Don Félix? -le preguntó el camionero a mi papá.
-A ninguno. -le contestó
-...Pero ¿y que vamos a hacer con toda la carga...? -volvió a preguntar
-Nos volvemos con la carga, pero yo a estos desgraciados, negreros y explotadores no les voy a regalar ni un solo pomelo ¡que se vayan al diablo! (bueno en realidad no dijo diablo, dijo otras palabras muy feas que no me animo a escribirlas).
-...Pero Don Felix, vamos a perder toda la carga, por lo menos si le vendemos por el precio que sea, salvamos los gastos...-volvió a implorar el camionero.
-Vos quedate tranquilo, que el viaje te lo voy a pagar hasta el último centavo, pero yo no voy a hacer lo que esos abusadores quieren, conmigo no van a joder.
Yo presenciaba la escena y el diálogo con mucha angustia y tenía ganas de llorar y de ir a darle unos garrotazos a los dueños de las fabricas, porque sabía lo importante que era para nosotros vender esos pomelos, o aunque sea salvar los costos de todo el viaje, pero también comprendía que lo que decía mi papá era justo y hasta me parecía sentir que con su actitud, había una especie de triunfo sobre esos desgraciados dueños de las fábricas, algo así como que si no le entregábamos los pomelos, no tendrían con que hacer jugos y mermeladas, y a la larga se fundirían.
La cosa es que al otro día emprendimos el regreso con todo nuestro camión lleno de pomelos, casi no hablamos en todo el viaje, y más o menos a la altura de Empedrado, mi papá le dijo al chofer que pare y que se meta en un terraplén que había al costado de la ruta, y allí el camionero puso su camión medio empinado, abrimos las puertas y empezó a caer la catarata de pomelos. A mi se me hizo un nudo en la garganta, pero aguanté, el camionero tenía cara de chinchudo, y mi papá creo que se sentía triunfante, y mientras caían las frutas se acomodó el sombrero y parece que les habló a los señores de las fábricas,
-¡Vengan ahora a buscar los pomelos acá, hijunagransietes! ¡yo les voy a dar ladrones hijos de mala madre! (aquí otras vez dijo palabrotas muy feas)
El asunto que cuando llegamos a La Leonesa, mi mamá y mis hermanos nos esperaban con mucha alegría, porque creían que traíamos regalos, plata y comeríamos milanesas, bifes o estofados, pero cuando les contamos lo que pasó, la alegría se les fue rapidito.
Por algún tiempo más seguimos comiendo arroz o fideos guachos, pero yo aprendí para siempre como se defiende la dignidad, y me sentía muy feliz con lo que había hecho mi papá.
Autor: Hugo Mitoire - Todos los derechos reservados
Del libro “Cuando era chico”
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