El sonámbulo y La Muerte
Cuento infantil (del libro Cuentos de Terror para Franco vol.2)
Mi primo Sergio era sonámbulo, y cada vez que me acuerdo de sus ataques, a veces me da risa, y otras tristeza, la verdad es que ser sonámbulo, no es nada divertido.
Cuando empezó con los ataques de sonambulismo, a los diez u once años, no podía acordarse de lo que le ocurría, y siempre nos enterábamos por su mamá o sus hermanos, pero después de esa edad, ya podía relatar con todos los detalles cada vez que le daba un ataque, y para mí, eran los cuentos más fantásticos y terroríficos que podía escuchar.
La verdad es que yo presencié solamente uno de sus ataques, el que le dio una siesta de domingo. Ese día habíamos vuelto de una pesca en El Puerto y pienso que ese ataque le dio por todas las cosas que nos ocurrieron ¡más yeta no podíamos haber tenido! Salimos del Puerto a la mañana, en nuestro sulky, cansados y mal dormidos, los hermanos Barrero y yo, y a eso de las diez más o menos, veníamos al trotecito, de repente, el caballo pegó un corcoveo y unos relinchos y quedó desbocado, como loco. Todos nos pegamos un flor de julepe, Coco tiraba de las riendas para frenarlo, y Sergio y yo nos queríamos tirar del sulky y en eso, ¡al suelo todo el mundo! se cayó el caballo en la cuneta, tumbó el sulky y fuimos a parar a un charco los tres juntos. El pobre animal empezó a temblar, vomitaba y pataleaba, y todos estábamos muy asustados. Recién ahí nos dimos cuenta que se estaba muriendo el noble caballito, y enseguida se murió del todo nomás. Nos dio mucha pena, porque era muy bueno y guapo, fue una lástima que estuviera tan viejo.
Salimos del charco todos embarrados, desenganchamos el sulky y acomodamos un poco las cosas, entonces Coco, en su condición de hermano mayor y jefe de la expedición, nos dijo que teníamos que ir hasta la casa a buscar otro caballo,
-¡¡¡¿A pie hasta la casa?!!! –gritó Sergio.
-No hay otro remedio –le contestó Coco.
Nos queríamos morir, porque la casa quedaba a unos quince kilómetros, y si queríamos acortar camino, había que atravesar montes, esteros y pajonales. Ahí nomás emprendimos la caminata entrando en un monte, muertos de hambre y con sueño, cada tanto hablábamos un poco, después maldecíamos contra el caballo y contra Coco, y otras veces, caminábamos un largo trecho en absoluto silencio.
La cosa es que después de esa travesía de tres o cuatro horas, llegamos a la casa, y ahí el tío Luis, el papá de Sergio, mandó un peón a caballo a rescatar a Coco y al sulky.
Habíamos llegado arrastrando las patas, con todo el cansancio de los tres días de pesca, el julepe con el caballo muerto y encima esa terrible caminata; la tía Isabel nos sirvió un guiso de arroz y nos comimos tres platos, después nos acostamos a descansar. Sergio se acostó en su pieza y yo en un catre en el patio, debajo de un paraíso. Al rato me despertaron unos gritos y golpes. Escuché que Sergio gritaba que no lo maten y que le sacaran esas cosas que tenía en la cabeza… pero lo único que tenía en la cabeza ¡eran sus pelos! Yo me senté en el catre y medio dormido vi que salía corriendo y gritando, y detrás de él, su mamá y su hermana. Lo alcanzaron cerca del corral, y no paraba de llorar y dar manotazos. Ellas lo acariciaron y le dijeron que volviera a acostarse, hasta que después de un rato lo convencieron y lo llevaron de vuelta a la cama. Me acuerdo que mi tía siempre decía que a un sonámbulo no hay que despertarlo de golpe, porque puede quedar tonto para siempre o morirse del susto. Porque cuando a las personas les da el ataque de sonambulismo, es como si estuvieran viviendo otra vida.
La cosa es que Sergio durmió toda la tarde y la noche. Cuando se despertó no se acordaba absolutamente de nada.
Y así como esta situación, le ocurrieron otras cuantas más según contaban sus familiares, algunas eran muy graciosas, otras medio peligrosas. Hasta que un día Sergio me empezó a contar de sus ataques. Me dijo que no sabía si eran cosas que hizo siendo sonámbulo, o si eran pesadillas. Estaba muy afligido porque sus padres no le creían. Le decían que solo eran malos sueños, que no hiciera caso, y que no comiera tanto de noche, ni hablara de cosas raras, que con eso, iban a desaparecer esas pesadillas.
Él tenía miedo de lo que le pasaba, porque estaba seguro que no eran sueños ni pesadillas, sino que se levantaba y sonámbulo recorría el corral o la chacra, o lo que es peor, a veces iba hasta el cementerio que estaba a unos quinientos metros. Lo primero que me contó fue de algunas noches en las que anduvo por el corral y el gallinero. Los animales estaban tan acostumbrados a verlo, que no se asustaban con su presencia, ni las vacas, ni los terneros, ni las gallinas, ni los gansos, y eso que estos son los animales más bochincheros que hay. Otras noches dijo que no solamente se paseaba por la chacra de algodón, sino que llegaba hasta el cañaveral.
Después yo me di cuenta que se puso más serio y nervioso, y ahí me empezó a contar lo que más lo atormentaba. Me contó que una noche de luna, con mucha cerrazón, salió de su casa y caminó hasta el cementerio. Entró y recorrió los caminitos entre tumbas y panteones. Recordó que había mucha gente caminando por esos senderitos, algunos estaban sentados sobre las tumbas y otros parados. Nadie hablaba. Él tampoco.
En ese instante le dije que estaba muy loco, o muy borracho para haber soñado eso, pero el ni siquiera se sonrió, y muy serio me dijo que eso no era nada, y me empezó a contar otra cosa más terrorífica todavía, una cosa que me puso la piel de gallina. Juro que hasta ahora me da escalofríos cuando recuerdo ese relato.
Me contó que a la madrugada siguiente se levantó y volvió al cementerio. Entró y empezó a caminar. Había mucha neblina y estaba fresquito. De repente se le apareció una figura nueva, era alta, con una capa negra muy ancha y larga, como la que usan los monjes, con una capucha que no le dejaba ver la cara, ni siquiera la nariz. Lo único que podía ver era su mano, que no tenía carne, era solo hueso, y en ella llevaba una guadaña.
-Soy La Muerte –le dijo la figura negra.
Y Sergio me juró que no sintió miedo ni nada, simplemente se quedo parado mirándola, sin siquiera poder hablar. Quería preguntarle cosas pero no le salía la voz, y La Muerte parecía adivinarle los pensamientos.
Sergio pensó que lo iba a matar.
-No te preocupes, no te haré nada –le contestó el espectro.
Sergio pensó que estaba soñando o que estaba muerto.
-Estas en el límite de la vida y la muerte, y desde ese sitio puedes ver muchas cosas.
Sergio pensó que había llegado la hora de su muerte.
-Todavía no es tu hora, pero si quieres saber a la edad en que morirás, solo piénsalo y te responderé.
Sergio se dio cuenta que todos sus pensamientos eran contestados por La Muerte, y entonces no quiso saber nada más, empezó a asustarlo la idea de saber todo sobre su futuro.
Pero Sergio no pudo frenar un pensamiento, y pensó en quienes serían todas esas personas que se paseaban por el cementerio.
Y La Muerte respondió,
-Esas son las almas de muertos, que todavía están en la tierra, y que ni siquiera saben donde irán a parar. Y ahora quiero mostrarte algo.
Y Sergio siguió a La Muerte hasta una tumba que estaba cerca del tejido. El espectro abrió la tumba y con su guadaña, de un solo golpe, levantó la tapa del cajón. Ahí se vio el cuerpo de un hombre que le pareció conocido…¡era don Gilberto Casco! un hombre que había muerto hacía tres días, un tipo antipático, malo como la peste, que tenía mucha plata y que si te prestaba, seguro que terminabas en la calle, porque siempre había que entregarle las chacras y animales para pagar los intereses. El tío Luis siempre decía que ese tipo era un prestamista estafador.
Y La Muerte volvió a hablar,
- Este tipo era un sinvergüenza, que hizo sufrir a mucha gente solo para tener cada vez más plata, pero lo que no sabía, es que esa plata no le serviría de nada, ni siquiera para salvarlo de esto, y con un rápido movimiento, La Muerte le encajó un guadañazo y lo descabezó. La cabeza voló por el aire y cayó a un costado. Luego tapó el cajón y la tumba y agarró la cabeza de los pelos. Después caminaron.
Fueron hacia el fondo del cementerio y casi en la esquina, La Muerte le mostró un lugar en la tierra, era una especie de círculo donde se notaba que la tierra estaba floja, como removida. La Muerte empezó a escarbar con su guadaña, hasta que hizo un pozo de medio metro de hondo, y ahí empezaron a aparecer...¡otras cabezas sueltas!
La Muerte habló de nuevo,
-En este lugar, entierro las cabezas de las personas que irán al Infierno. Desde aquí ya están en manos del Diablo, y poco a poco, esas cabezas van hundiéndose en la tierra, hasta llegar a un río profundo y entrar en los círculos del Infierno.
Sergio pensó, si el Diablo y La Muerte no serían la misma cosa.
-No –respondió La Muerte-. Solemos andar juntos, pero no somos la misma cosa.
Luego La Muerte, agarró la cabeza y la tiró en el pozo y empezó a taparla hasta emparejar la tierra nuevamente.
Cuando terminó de alisar el piso, volvieron a caminar entre las tumbas y a conversar, o mejor dicho, Sergio pensaba y La Muerte contestaba. Cuando ya estaban cerca de la salida, Sergio vio una figura diferente a todas las demás, parecía una persona real, de carne y hueso. Cuando se acercó un poco más lo reconoció ¡era Quelito Paredes! un muchacho del lugar de unos veintipico de años, y con una terrible deficiencia mental, pero que era capaz de reconocer a las personas y hasta podía llamarlas por su nombre. Sergio vio que Quelito movía la boca, reía y gesticulaba, pero él no podía escuchar nada y tampoco podía hablar, entonces habló La Muerte,
-En este estado no podrás escuchar ni hablar a ningún ser vivo. El tampoco puede verme ni escucharme.
Y el pobre Quelito seguía gesticulando y le hablaba, y lo tomaba del brazo a Sergio, como queriendo llevárselo.
-Ya puedes irte –dijo La Muerte y se quedó parada en el medio de un caminito, envuelta en la neblina, donde la luna le daba de lleno y parecía agrandar su fantástica figura, haciendo brillar el filoso hierro de su guadaña.
Sergio no quería pensar en eso, lo invadía la desesperación y se esforzaba por pensar en cualquier otra cosa, hasta que finalmente no pudo más y pensó. Pensó...en cuanto faltaría para su muerte.
-Morirás a los veintiún años –dijo La Muerte y se alejó caminando entre las tumbas.
Y sin darse cuenta, Sergio empezó a llorar, y a caminar con Quelito que lo agarraba de un brazo, gesticulaba y reía.
Desde ese momento, Sergio me aseguró que no se acordaba de nada más, no sabía como llegó a su casa, ni que hizo Quelito, ni nada, y que este mismo relato le había contado a sus padres, pero estos le dijeron que fue simplemente un mal sueño y que pronto olvidaría todo. Entonces Sergio, más preocupado por él mismo que por hacer creer el relato a su familia, un día buscó a Quelito, lo trajo hasta su casa y delante de sus padres le preguntó,
-Quelito, contales que me encontraste la otra noche en el cementerio...
Y Quelito, que reía con la risa de los tontos, gesticulaba y se apretaba con todas sus fuerzas las dos manos juntas bajo el mentón, respondió,
-Iiii… Keko etaba nel cementerio….
Y los padres de Sergio y sus hermanos lo miraban a Quelito, y luego a él, y casi a coro le respondieron,
-Como le vas a creer, él va a decir cualquier cosa, hasta te puede decir que te vio volando. No pienses más en eso.
Y Sergio que no terminaba de convencerse, lo llevó a Quelito afuera, y allí cerca del galpón, le prometió que le daría plata para el vino si decía la verdad,
-¿Me viste o no me viste en el cementerio? decime la verdad, si no me viste igual te voy a dar la plata.
-Iiii… vo etaba nel cementerio…
Y a Sergio lo invadió la angustia y el miedo, y lloró de nuevo.
Su vida empezó a cambiar, y tenía miedo a la muerte. Toda esas cosas le hacían dudar de si fueron ataques de sonámbulo o pesadillas, ya no sabía a quien creer. Por suerte en los ataques que tuvo después, ya no andaba por el cementerio ni se encontraba con La Muerte, pero la duda que siempre rondaba su cabeza, era saber si esas cosas las soñaba o las vivía como sonámbulo.
Ahora, que han pasado más de treinta años de aquellos relatos de mi primo, yo pude saber con mucha tristeza que decía la verdad, cuando contaba los ataques y sus conversaciones con La Muerte.
Pero Sergio ahora ya no está y yo lo sigo extrañando, murió en la madrugada de un veintiuno de Abril, cuando apenas tenía veintiún años.
Autor: Hugo Mitoire - Reservado todos los derechos
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